13.8.08

Bajé del tren y por ninguna razón aparente me cayó encima un pensamiento demoledor: No tenía sentido. Nada tenía sentido. De la gente que circulaba apurada por Plaza Constitución, de las reformas en los techos, de la persona que iba a ver, de las pertenencias que llevaba en mi bolso, de los que comían solos frente a televisores viejos, de mis preocupaciones, de haberme levantado, de acostarme por las noches.
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Hubiera dejado mi cuerpo ahí.
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Pero lo seguí arrastrando. Como hacemos todos. Hasta la muerte.

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